A veces en la vida cometemos errores. Algunos son graves, otros no tanto. Pero la verdadera dimensión de esos errores solo se revela con el tiempo, porque la forma en que los interpretamos está íntimamente ligada a la idea que tenemos de la vida… y sobre todo, del amor.
¿El amor?
Sí. Alexander Lowen decía que el amor es deseo de cercanía y el desamor es deseo de lejanía. Cuando alguien o algo que amamos se aleja, sentimos un dolor profundo. Y ese dolor muchas veces no pertenece al presente, sino a la historia que llevamos con el afecto desde que éramos pequeños.
Vivimos en una cultura donde el amor suele estar condicionado al “buen comportamiento”. Si eras una niña o un niño bueno, te premiaban con afecto. Si no, te castigaban… alejándose.
Así aprendimos que equivocarse puede alejarnos de lo que deseamos, y ahí nace la frustración, el desánimo, la procrastinación. Porque inconscientemente nos castigamos por no ser “suficientes” para ser amados. Creemos que debemos cambiar para merecer ese acercamiento, cuando en realidad, lo único que no se puede ni debe cambiar es nuestra esencia.
No se trata de cambiar para gustar. Se trata de rodearnos de personas que amen nuestra forma de ser, tal como es.
¿Cuál es el problema entonces?
Que muchas veces no elegimos desde la conciencia. Amamos como aprendimos a amar. Atraemos lo que nos resulta familiar, aunque nos duela. Repetimos el vínculo con nuestras figuras de apego, esperando que esta vez nos amen como necesitamos… pero sin elegir de verdad.
Asumir el fracaso amoroso no es rendirse, es decir: “ahí no puedo ser yo”. Y punto.
Después de años de terapia, he visto que no solo las personas “espiritualmente elevadas” tienen buenas relaciones. También las tienen las que combinan bien. Hay parejas que desde fuera parecen estrambóticas, y sin embargo, funcionan porque son auténticas, se parecen, se reconocen.
Lo importante no es el amor en sí, sino la forma de amar.
Hay quienes aman dando libertad. Otros aman dando presencia. Algunos aman con palabras, otros con silencio. Y si tú no amas igual, si no hablas el mismo “idioma”, pueden aparecer roces, malentendidos, sufrimientos.
Por eso es tan importante encontrar a alguien con quien puedas bailar en el mismo ritmo. Que tu cuerpo reconozca al otro, que tus formas de amar se entiendan sin tener que traducirse.
El deseo de cercanía se expresa en su forma más profunda en el encuentro sexual. Ahí se manifiesta si estás contigo o con el otro. Si buscas unión desde el deseo genuino o desde la carencia. Si puedes ser tú en ese espacio… o te pierdes para complacer.
Pero lo bello es que el cuerpo también puede sanar. A través del contacto, del encuentro íntimo, de prácticas conscientes, podemos reescribir nuestras historias de amor. Explorar si el deseo nace de la costumbre o de la autenticidad. Y darnos cuenta si en ese lugar… podemos ser abrazados tal como somos.
Eso es sanar el vínculo.
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
ÚNETE A MI LISTA DE CORREO ELECTRÓNICO
Newsletter
Suscríbete a mis actualizaciones diarias.
Creado con © systeme.io