Cuando el Control se Desmorona: Fe, Esperanza y Amor como Nuevos Padres

A veces en la vida suceden cosas que no tienen explicación. Muchas veces nos quedamos atónitos, sin dar crédito. Nos frotamos los ojos diciendo: “No es posible que me pase esto…” Y sí, a veces la vida se pone cabeza abajo: todo lo que creías atado se desata, y todo lo que parecía desatado se ata.


Y eso nos pasa constantemente. Y, sin embargo, seguimos creyendo que podemos controlar nuestra vida.

La ilusión del control.

La idea del control es bien extraña, pero fácilmente explicable. En la infancia, todo es incierto porque todo es nuevo. Desde ahí miramos el mundo con fascinación, pero a la vez con miedo. El miedo es una emoción sana, aunque muchos no lo crean: el miedo nos salva de morir, o al menos lo intenta.

Recuerdo a mi maestro decir que los niños son máquinas diseñadas para hacer todas las cosas posibles que puedan matarlos. No sucede así porque la mayoría hemos tenido progenitores que nos cuidaron y protegieron, es decir, que ejercieron control sobre nosotros. Con ellos sentimos nutrición y protección: quien porta la energía masculina aporta protección, y quien porta la energía femenina aporta nutrición. Son dos pilares esenciales para vivir: sentirse protegido y sentirse nutrido. Sin embargo, eso conlleva una dependencia intrínseca: dependíamos de nuestros padres para sobrevivir.

A medida que crecimos, quisimos ser autónomos y creímos que debíamos emular a nuestros padres y tomar nosotros el control. Y así lo hicimos.

¿Qué es el control? Es la capacidad de prever el futuro y acondicionar el presente para que, cuando suceda el supuesto futuro que imagino, mi presente esté preparado para no sufrirlo.

Por eso tomamos la ilusión del control como un mecanismo para huir del dolor.

¿Huir?

Sí. Gurdjieff decía: “Hagas lo que hagas, nunca podrás renunciar a tu sufrimiento.” Es una afirmación contradictoria, pero profundamente reveladora: la ilusión del control para no atravesar el sufrimiento lleva consigo un sufrimiento en sí misma.

Hay un gran sufrimiento en el ejercicio del control, tanto que luego necesitamos salir de ahí, pero no podemos por miedo a perder el control. Sin embargo, la mayoría deseamos perderlo, porque, con el tiempo, ser autónomos a través del control genera tensión, ansiedad y, sobre todo, sufrimiento.

Porque realmente nunca se tiene todo controlado, ya que el futuro es impredecible. La vida nos asalta con circunstancias nuevas y nos quedamos congelados sin saber cómo reaccionar. Buscamos en nuestra mente controladora información de cómo responder, pero no hay nada. Volvemos a la niñez, a ese momento en el que no sabíamos qué cosas iban a pasar, con la salvedad de que ahora no hay progenitores que nos protejan ni alimenten, sino la vasta y pura soledad incierta del vacío.

Y ahí, en ese lugar, querido amigo, empieza el verdadero trabajo personal: en ese vacío fértil, donde hemos de aprender a gestar unos nuevos progenitores internos que, en términos eneagrámicos, serían tres:

Fe, Esperanza  y Amor.

Son las tres cualidades intrínsecas que deberían tener unos progenitores sanos, cada uno en su estilo. Por eso la propuesta de Gurdjieff era crear “la familia del espíritu”: engendrar dentro de nosotros mismos unos padres internos que nos proporcionen Fe, Esperanza y Amor, donde ahora solo hay control.

1. Fe: el ancla contra el miedo

En el Eneagrama, la Fe es la virtud que desarma la fijación del Miedo —dominio de la Tríada Mental (Tipos 5, 6 y 7). El miedoso no necesita fe ciega, sino fe lúcida: fe en su propio contacto con la Realidad, no en fantasías ni paranoias.



Ejemplo cotidiano: El 6 (Leal) teme perder apoyo y se sobreprotege buscando autoridad. La Fe lo sana: confía en su discernimiento, en que puede caminar sin mil seguros.


Referente: Claudio Naranjo, gran traductor del Eneagrama a la psicología moderna, subrayó que la Fe es el remedio esencial de la mente ansiosa: no se trata de creer sin ver, sino de ver con el corazón encendido.


Poéticamente: La Fe es una vela encendida en la tormenta mental; no ahuyenta la noche, pero recuerda que el viajero lleva sol dentro del pecho.

2. Esperanza: el bálsamo de la desesperanza

En la cartografía eneagrámica, la Esperanza sana el apego posesivo del Centro Emocional (Tipos 2, 3 y 4). Los emocionales oscilan entre la inflación del deseo y la amargura cuando este no se cumple. La Esperanza no es ilusión ingenua: es confianza en la fertilidad de la vida, en su renovación constante.



Ejemplo diario: El 4 (Individualista) tiñe su mundo de tragedia romántica; la Esperanza le susurra: “Nada está perdido para siempre. La vida no te debe nada, pero siempre te ofrece todo.”



Referente: Helen Palmer describe la Esperanza como el antídoto de la melancolía crónica: en ella, la pasión de sentir encuentra una rendija de luz para no suicidarse en nostalgia.


Poéticamente: La Esperanza es un brote verde asomando entre ruinas. Quien la cultiva sabe que la primavera no pide permiso para volver.

3. Amor: la corona de la acción consciente

En el Eneagrama, el Amor —ágape, caridad real— desarma la pasividad o agresividad del Centro Instintivo (Tipos 8, 9 y 1). No es amor sentimental: es amor como servicio, acción ética, unión con lo vivo. Quien actúa desde este Amor deja de defender su territorio como un perro hambriento.


Ejemplo común: El 8 (Desafiador) cree que solo su fuerza lo salva de ser herido; el Amor lo abre a la ternura, lo vuelve líder noble en lugar de dictador brutal.
Referente: Don Richard Riso (cofundador del Enneagram Institute) afirmaba: “El Amor verdadero es el fuego que purifica la compulsión instintiva, transformándola en Presencia activa.”



Poéticamente: El Amor es el río subterráneo que alimenta todas las flores. Sin él, la acción es violencia disfrazada de deber.

En la charla “Al corazón del desierto – Eneagrama y Cuarto Camino” te contaré con detalle y te daré ejemplos prácticos de cómo transformar el control y el miedo a la incertidumbre en el coraje de vivir a corazón abierto, diáfano y expuesto, donde podamos ser padres sanos de nosotros mismos y usar el vacío incierto de nuestro interior como trampolín hacia una personalidad verdadera, justa y compasiva.

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HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...

Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...

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