Ayer fue la noche de San Juan.
Sí, esa noche de fuego y de quemar “cosas”.
¿Quemar qué? ¿Lo que no quieres?
¿Qué es lo que no quieres?
¿Lo sabes?
Interesante pregunta. A veces, al menos una vez al año, ponemos muchas cosas en esos papelitos para quemarlas. Está bien. Pero hay quienes ni siquiera se detienen a pensar qué no quieren. Ni eso.
Quizá porque ya tienen todo lo que quieren. O quizá porque descubrirlo no tiene nada que ver con querer o no querer. Quizá también, en estos mundos “yupi” en los que nos movemos, se da por hecho que todo lo que te trae el “universito” es parte de la pachamama, y que por lo tanto todo lo que llega debe ser bienvenido.
¡Qué diablos!
Como dijo Jack el Destripador: vayamos por partes.
Vamos a suponer que existe Dios —sí, esa conciencia que flota por todo el universo— y resulta que eres tan egocéntrico que crees que esa conciencia universal está pensando qué putada traerte para que crezcas y seas tu mejor versión. ¿En serio?
Psicológicamente, eso no es más que la necesidad infantil de creer que todo gira en torno a uno. De niños creemos que nuestros padres no tienen vida propia: “mi mamá y mi papá”. Todo lo que les pasa debe tener que ver conmigo. Por eso nos sentimos culpables cuando están enfadados y tratamos de cambiar su humor para sentirnos a salvo. Queremos que estén bien porque los necesitamos, y además creemos que es nuestra culpa si no lo están.
Pero no: esa es una concepción infantil en la que muchos seguimos atrapados. Si quieres crecer y ser adulto, empieza a darte cuenta de que el mundo hace lo que puede con lo que hay. Su prioridad es la supervivencia: vivas o no, seas feliz o no. Te toca lidiar con la supervivencia de los otros, de la naturaleza y del propio universo.
El universo no piensa en ti. Ni en tu bienestar.
Así que te toca a ti pensarlo.
¿Cómo?
Buena pregunta. Y menudo lío.
Aquí entra el concepto de lo que quieres y lo que no. Primer punto: no sabes lo que quieres. Si volvemos a la infancia, lo que quieres o no quieres tiene que ver con generar una imagen que te devuelva del entorno la idea de que eres digno de amor. A más éxito, mejor me siento… porque creo que el universo “me quiere”.
¿Perdón?
Hay auténticos capullos con muchísimo éxito, y no por ello dejan de ser capullos.
El reconocimiento social no tiene nada que ver con lo que realmente quieres. En el fondo, como niños, lo que queremos es que nuestros padres nos devuelvan una imagen hermosa de nosotros. De ahí que busquemos premios y evitemos castigos: no porque el universo nos quiera más o menos, sino porque así aprendimos a sentirnos valiosos.
No, que tengas cáncer no tiene que ver contigo (quizá un porcentaje, pero no todo). No eres culpable de que te pille un coche: no se puede controlar todo.
¿Eres responsable de lo que te pasa?
No. Eres responsable de lo que haces con lo que te pasa.
Bienvenido al azar.
Eso que llamamos “azar” es simplemente lo que no entendemos. Somos accidentes en la línea temporal del universo. Relájate: no puedes prever el futuro. Solo tienes un pequeño margen de maniobra para responder a lo que sucede.
Dejemos de cargarnos con tanta responsabilidad por todo, o no podremos vivir con libertad.
“¡Menudo rollazo me sueltas, Gerard!”
Cierto. Hoy dormí poco y mi cabeza es un torbellino. ¿Lo puedo evitar? No. Solo intentaré dormir mejor la próxima vez. ¿Se entiende?
¿Y todo esto qué tiene que ver con la noche de San Juan?
Ahí voy:
Es difícil saber lo que quieres en la vida, porque normalmente lo quieres porque NO lo tienes. Y como no lo tienes, imaginarlo es abstracto: “Quiero ser feliz”. ¿Puedes ser más concreto? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Quizá sea más productivo saber lo que NO quieres. ¿Por qué? Porque lo que no quieres ya lo tienes: está ahí, lo quieres apartar de tu vida. Es algo tangible y descriptible, te genera una experiencia negativa y por eso es fácil de localizar.
¿Cómo sabes que algo no lo quieres? Piénsalo así: ¿cómo te sientes cuando te dan un puntapié? Pues así de claro es.
Pero… hay gente que ha hecho del tragar un deporte personal y nacional. Lo levantan como bandera de virtud: “lo acepto porque viene de Dios”, “el universo sabe por qué me lo envía”. Y como duele, ¿sabes qué hacemos? Nos desconectamos de nosotros mismos. Nos anestesiamos. Muchos ni lo sienten ya.
Tengo pacientes que llevan toda la vida tragando ansiedad para ser “buenos niños”.
¿Por qué te tratas así?
Porque aprendiste que así mantenías a tus progenitores cerca. (De eso hablaremos otro día).
Vamos al grano:
El verdadero asunto no es pensar en lo que no quieres. Es sentirlo.
En el papelito de San Juan ponemos lo que pensamos que no queremos, pero pocas veces sentimos el cuerpo en un sí o un no.
Nos dejamos guiar por pensamientos que generan emociones dolorosas, pero siguen siendo pensamientos aprendidos. Por eso, muchas veces, lo que apuntas que “no quieres” sigue siendo un eco de tu niño bueno queriendo ser aprobado.
Quema lo que no quiera tu cuerpo.
Pregunta a tu cuerpo.
Tu cuerpo es primitivo, tiene memoria. Está ligado a lo más profundo de ti, a lo que sigues siendo sin darte cuenta: impulsos de rechazo o atracción que ignoras.
Observa tus sensaciones. Ignora tus pensamientos.
Vuelve a tu cuerpo: a ese lugar simple.
Cuando necesitas demasiadas explicaciones para decidir un sí o un no… te estás equivocando. El cuerpo es claro: me gusta / no me gusta. Punto.
Nos han repetido que el cuerpo debe ser reprimido y controlado. No. El cuerpo tiene la razón.
El inconsciente se expresa en el cuerpo: el 95% de los procesos cognitivos son inconscientes. Así que sí, te guste o no: tu cuerpo manda.
Puedes disociarte y hacer como si no sintieras ansiedad, pero ahí está. Persistente. Salvaje.
Así que, entre la aleatoriedad de tus pensamientos y la terquedad de tus sensaciones… ¿quién crees que sabe lo que es sí y lo que es no?
Pues eso. Pregúntale a tu cuerpo. Apunta.
Está bien nutrir la mente para que sea resolutiva, pero hay que aprender del cuerpo. Escucharlo. Comprenderlo. Conectar con su sabiduría profunda.
Ser lo que uno es, ES SUFICIENTE.
No hace falta convertirse en la puta Madre Teresa de Calcuta para sentir autoestima: basta con ser uno mismo. Y para eso, vuelve AL CUERPO.
Tócalo. Reconócelo. Hazte amigo de él. Escucha sus síes y sus noes.
¿Eres capaz de poner tu cabeza al servicio de tu culo? Deberías.
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HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
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