Alexander Lowen afirmaba que el amor es deseo de cercanía. No se trata de un ideal romántico, sino de algo profundamente humano: querer estar próximos, compartir nuestra vulnerabilidad, sentirnos en contacto con otros seres y con la vida misma.
Pero no todo amor es igual. Hay amores buenos y amores malos. Amores que nos nutren y amores que nos drenan. Amores que nos hacen crecer y amores que nos reducen. Por eso lo importante no es simplemente sentir amor, sino aprender a cultivar un buen amor.
Un buen amor es aquel que nos acerca a lo más vivo en nosotros. Que nos devuelve la confianza, la ternura y la capacidad de entregarnos sin miedo a desaparecer. Es un amor que no pide sometimiento, sino libertad compartida.
Y aquí resuena esa frase tan poderosa de la película Mejor imposible:
“Tú haces que yo quiera ser mejor persona.”
Ese es, en el fondo, el efecto de un buen amor: nos inspira a crecer, nos despierta la parte más noble de nuestro ser. No porque el otro nos exija cambiar, sino porque en su mirada encontramos la fuerza para evolucionar.
Sin embargo, para poder recibir o dar ese tipo de amor, primero necesitamos desarrollar la capacidad de amarnos bien a nosotros mismos. Y esto no significa idolatrarnos ni caer en la autoindulgencia. Se trata más bien de cultivar buenos sentimientos hacia nosotros mismos:
Hablar con respeto a nuestra propia fragilidad.
Reconocer nuestra dignidad más allá de los logros o fracasos.
Tratar nuestro cuerpo y nuestra historia con cuidado y compasión.
Si no podemos amarnos de esta manera, corremos el riesgo de buscar en los demás la aprobación o el afecto que no nos damos, y así abrimos la puerta a los malos amores: los que se basan en la dependencia, la posesión o la negación de uno mismo.
El verdadero trabajo empieza dentro. Cuando nos damos la oportunidad de ser buenos compañeros de nosotros mismos, creamos la base para un amor que no sea necesidad, sino elección consciente.
Entonces sí, podemos acercarnos al otro desde la libertad, y sentir —como en esa frase— que el amor nos empuja a ser mejores personas. No porque nos falte algo, sino porque el vínculo despierta en nosotros la voluntad de florecer.
El amor, en definitiva, no es un accidente: es un arte que empieza en casa, en nuestro corazón y en nuestra forma de tratarnos. Y solo desde ahí podemos ofrecer a otros lo más valioso: un buen amor, capaz de transformarnos a ambos.
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
ÚNETE A MI LISTA DE CORREO ELECTRÓNICO
Newsletter
Suscríbete a mis actualizaciones diarias.
Creado por Gerard Castelló Duran con © systeme.io