El arte de vincularse: una danza entre el amor y la pérdida

Hola!

La vida no se sostiene en el aire, sino en los hilos invisibles del vínculo.

Vincularse es un acto de coraje. Es atreverse a tender puentes cuando sería más fácil construir murallas. En un mundo que idolatra la autosuficiencia y desconfía de la dependencia, hablar de la necesidad de los vínculos es un acto revolucionario. Pero sí, los necesitamos. Como el fuego necesita oxígeno, como el corazón necesita latir hacia otro corazón.

Decía Martin Buber que el ser humano no se realiza en el aislamiento, sino en el encuentro: “El ser humano es el ser del entre”. El “yo” solo puede aparecer en el espejo de un “tú”. El vínculo no es una opción: es la condición misma del despertar. Sin otro, no hay espejo. Sin espejo, no hay rostro. Y sin rostro, no hay alma.

El deseo de cercanía y el miedo que lo habita

Pero el vínculo, tarde o temprano, duele. Porque donde hay lazos, hay pérdida. Porque si te acerco, me arriesgo a que un día no estés. Si abro la puerta, el frío puede entrar. Y sin embargo… ¡qué frío más cruel es el del encierro voluntario!

Muchos, a lo largo de la vida, aprendemos a no vincularnos. A no amar demasiado, a no encariñarnos con un perro, a no implicarnos con los compañeros de trabajo, a no abrirnos en pareja. Preferimos la soledad con sabor a control antes que la ternura que nos vuelve vulnerables. Porque el vínculo nos lleva, inevitablemente, al deseo de cercanía. Y la cercanía... nos recuerda que un día ese ser que amamos, ya no estará.

¿Y entonces qué hacemos? A menudo, nos volvemos hábiles escapistas: amistades que no comprometen, relaciones con fecha de caducidad, espiritualidades sin comunidad, sexo sin mirada. Pero toda estrategia para evitar el dolor de la pérdida es también una amputación del amor.

El vínculo no es exclusivo del humano

No se trata de a quién amamos, sino de cómo amamos. Un vínculo real puede surgir con una madre, una pareja, un perro, un amigo, un maestro, incluso con un lugar, un árbol o una idea. Lo que importa no es el objeto del vínculo, sino la capacidad de sostenerlo, alimentarlo… y eventualmente, despedirlo.

Cuando murió su perro Fox, el poeta Rainer Maria Rilke escribió: “Siento que algo muy profundo ha desaparecido de mi mundo. Él no era solo un perro: era una presencia.” Quien no ha amado a un animal, difícilmente ha comprendido la pureza del vínculo sin palabras, donde la lealtad y el cariño no necesitan explicación.

Abrazar el dolor como puerta al amor real

No se puede amar profundamente sin estar dispuesto a sufrir. Todo amor verdadero lleva implícita la posibilidad de pérdida. Aprender a vincularse es, por tanto, aprender a morir en vida. Es saber que habrá despedidas, que quizás ese abrazo será el último, que ese "te quiero" quizás no encuentre eco. Pero aun así, se dice. Se da. Se vive.

La psicóloga Elisabeth Kübler-Ross, pionera en el estudio de la muerte y el duelo, escribió:

“Las personas más bellas con las que he trabajado son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha, la pérdida… y han encontrado su camino de regreso hacia la luz.”

El alma se templa en el crisol del vínculo, y se expande cuando abraza no solo la alegría de compartir, sino el abismo de lo transitorio.

La paradoja

Si no puedes abrazar el dolor, no puedes abrazar el amor de forma real. Pretender amar sin abrirse al sufrimiento es como querer nadar sin mojarse. Pero cuando aceptas que todo lo amado será un día perdido, el amor se vuelve más presente, más sagrado, más desnudo. Es el amor del que sabe que no hay garantías. Y por eso lo da todo, ahora.

G.

HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...

Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...

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