Hola,
A veces la vida nos vuelve cautos. Acumulamos más desengaños que abrazos verdaderos. Las relaciones terminan y el corazón se resiente. Nos sentimos confusos. Desconfiamos del sexo opuesto. Nos debatimos entre conformarnos con lo que hay o renunciar para siempre al amor.
Entonces, el alma se esconde tras capas de escepticismo. Nos endurecemos. Vestimos la independencia como una armadura contra el dolor.
Pero aquí va una verdad sencilla y biológica: el apego no es el problema. Es la forma en que lo aprendimos. No necesitamos eliminar el apego, sino sanarlo.
Basta ya de iluminados que repiten que deberíamos ser autosuficientes y no depender de nadie. ¡Mentira útil, pero mentira al fin! Somos mamíferos, y como tales, estamos diseñados para vincularnos. El llanto de un bebé no se calma con mantras, sino con una mirada, con un cuerpo, con una madre. El vínculo no es una debilidad: es nuestro lenguaje emocional de origen.
Por eso, no se trata de evitar el apego, sino de comprender cómo fue nuestro primer amor: el que tuvimos con la madre.
Los Tipos de Apego: Cartografía del Corazón
Según la teoría del apego desarrollada por John Bowlby y ampliada por Mary Ainsworth, existen cuatro grandes tipos de apego que moldean nuestras relaciones adultas. Cada uno es como un estilo de danza con el otro:
Apego Seguro
Quien lo porta ha tenido una madre (o figura primaria) disponible emocionalmente. Se siente digno de amor y capaz de darlo. En pareja, puede confiar y ser autónomo a la vez. Sabe estar y dejar estar. Es raro, pero existe. Son los que aman con madurez, sin drama, sin huidas.
Apego Ansioso-Ambivalente
Se originó en una relación impredecible: a veces mamá estaba, a veces no. Este estilo busca constantemente pruebas de amor. Se aferra. Duda. Necesita. Pero cuando el otro se acerca, se sobresatura. Es un amor en estado de necesidad permanente. Se apega desde el miedo al abandono.
Apego Evitativo
Aquí, el niño aprendió que mostrar emociones no servía. Tal vez lo rechazaron o minimizaron su llanto. Así que se volvió autosuficiente como protección. En la adultez, le cuesta intimar. Necesita distancia. Ama, pero con la puerta entreabierta. Se protege de la dependencia.
Apego Desorganizado
Es el más complejo. Surge de relaciones con trauma, negligencia o violencia. El niño se siente atraído y aterrorizado a la vez por la figura de apego. De adulto, el patrón es caótico: relaciones tormentosas, miedo al abandono y al contacto al mismo tiempo. Amor y terror bailando juntos.
Conocer nuestro estilo de apego es esencial. Pero no basta con nombrarlo en la mente: hay que sentirlo en el cuerpo.
Y aquí está la clave: si tenemos el cuerpo cerrado y el corazón frío, es imposible observarnos con claridad. Cuando nos anestesiamos para no sufrir, también bloqueamos nuestra capacidad de vernos. Nos volvemos opacos a nosotros mismos.
El apego —esa forma primaria de amor— no vive en un concepto, vive en el pecho, en la piel, en los músculos que se tensan cada vez que alguien se acerca, en la pelvis que se congela por miedo a ser vista, en el estómago que se encoge con cada abandono.
Por eso, es vital volver al cuerpo.
Volver a tocarlo con respeto.
Sentirlo sin juicio.
Escucharlo sin prisa.
Permitirse abrir el corazón para mirar lo que esconde —dolor, sí, pero también deseo de amar, ternura latente, anhelo de pertenecer.
Sólo cuando el cuerpo se vuelve hogar, el apego puede sanar.
Y al sanar el apego, también se armoniza el cuerpo, el corazón y la mente.
Entonces sí, estamos listos para amar desde la presencia.
No desde la carencia.
Con el corazón vivo,
Gerard
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
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