Entre el ángel y el cabrón: dónde nace el buen amor

Hay amores que te ensanchan…
y amores que te encogen como si te apretaran el alma con una mano invisible.

Jack Nicholson lo dijo en una frase que atraviesa todo el pecho:
“Tú haces que yo quiera ser mejor persona.”
Ese es el buen amor. El que te recuerda quién puedes llegar a ser.
El que te eleva sin exigirte que te traiciones.

Pero también existe el otro.
El que te arrastra a tus sótanos, el que despierta al monstruo dormido.
Porque, como decía Fritz Perls, todos llevamos dentro una mitad hijo de Dios y una mitad hijo de puta.
No por maldad, sino por naturaleza.
Porque somos esa mezcla incómoda de impulso y luz, de ternura y filo, de necesidad y libertad.

Dentro de cada uno vive ese ángel y ese diablo que en los dibujos animados se suben a los hombros para aconsejarte…
Y los dos —sí, los dos— están ahí para protegerte.
No son enemigos. Son polaridades.
Dos fuerzas que te ayudan a navegar la vida, a marcar límites, a decir “sí” cuando el cuerpo canta, y a decir “no” cuando el alma se arruga.

La cultura cristiana nos quiso santos y buenos, siempre buenos, eternamente buenos.
Y así nos dejaron culpables, rotos y desorientados.
Porque quien se empeña en ser solo bueno, acaba siendo falso.
No es íntegro: es obediente.

La madurez empieza el día que te atreves a entrar en tus polaridades sin miedo.
Cuando reconoces tu sombra sin hacerle un altar, pero tampoco un destierro.
Cuando entiendes que tu “no” es tan sagrado como tu “sí”.
Que tu límite es una forma de amor.
Que tu rabia —bien encauzada— es una brújula.
Que tu vulnerabilidad —bien abrazada— es un templo.

Solo desde ahí puedes elegir libremente dónde depositas el buen amor.
No el amor neurótico que nace del vacío, la carencia, la necesidad de ser elegido.
Sino el amor que brota de dentro, ese que el alma reconoce y celebra.
Ese que te da paz, hondura, claridad.
Ese que no te desfigura, sino que te recuerda.

Y entonces ocurre algo simple y sagrado:
estás en el buen amor contigo mismo.
Y cualquier cosa que construyas desde ahí…
crece derecha.

HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...

Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...

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