Una mirada profunda, un estímulo que se antoja ascendente, un roce de piel. Las yemas de los dedos se humedecen al contacto con las puertas de jade, los ojos miran por debajo de los ojos, miran el cuerpo, más allá miran el corazón, más allá observan el alma. El ánima y el ánimus se acercan a sí mismos acercándose hacia fuera. El placer del contacto con algo más que la superficie de la epidermis, algo más que el egoico placer personal. Ya no es cuestión de sentir los placeres del cuerpo, va más allá; ya no es suficiente con sentir el roce del corazón, es más profundo. Es el anhelo de comprender al otro, el deseo de traspasar al cuerpo que se mueve contigo. Ese cuerpo, esa ánima, solo pide una llave, que el abrirse sea mutuo.
Para comprender hay que entrar por el portal sagrado del ser y habitar todos los aposentos, honrarlos y compartirlos, con aceptación, más aún, con amor. La oscuridad da paso a la luz llamada atención, simple y hermosa atención sin juicio. El tantra dice: donde va la atención va la energía. Y yo digo, donde va la energía también le sigue el corazón.
Anhelar descubrir al otro. Ya no hablo de interpretarlo, suponerlo, indagarlo, especular sobre él... no, hablo de entrar en él, como un amante nocturno que furtivo y anhelante se encarama cual Romeo hasta el alféizar de su amor. Arriesgar la vida por conquistarlo.
Así mismo tiene que ser el trabajo intrapsíquico en nosotros. Basta ya de indagaciones, especulaciones y experimentos con terapias varias más o menos dudosas. ¡Entremos en nosotros!, habitemos nuestra morada. Especulamos sobre rincones que hace años hemos querido dejar atrás, por miedo, por vergüenza, por rabia... esperando el momento de construirnos otra morada, más lozana, más idílica, como aquella que nos hemos pintado en nuestra mente. “Cuando sea... entonces seré digna de ser amada”.
No es cuestión de cambiar nuestra casa, es cuestión de mirar nuestra morada, despertar en ella, caminar por ella, abrir las ventanas, recordarla. Encontrar esos momentos perdidos. Abrir las ventanas y mirar.
Muchas veces a nivel interpsíquico seguimos especulando; así como lo hacemos en nuestro interior, compartimos momentos con desconocidos y nos desconocemos a nosotros mismos, intercambiamos fluidos con el único objetivo de vaciarnos en el otro o llenarnos un vacío que no escuchamos.
El hombre medio, digamos estúpido, no conoce ni tiene ninguna intención de conocer el universo femenino que se abre a su alrededor, más que nada, su único objetivo, bien sea consciente o inconscientemente, es el de saltar sobre él para cubrirlo y aliviar la alergia que le impulsa a la culminación sexual por el puro acto de la eyaculación, es decir: descargar la tensión que produce el femenino en su interior.
El hombre tántrico, sabedor de que esa vibración exterior se percibe en su interior por simpatía, trata de absorber el perfume y aprender de él, a través del exterior reconoce el interior, lo comprende y no lo trata en la forma de un felpudo, sino todo lo contrario, lo reverencia y lo ensalza como la fuente de su esencia olvidada.
La mujer, enroscada sobre sí misma, esconde el anhelo de sentirse colmada desde sus entrañas hasta su corazón, su mente y su alma, y se resigna calladamente a exponer su portal de jade a cortos e interrumpidos orgasmos (fingidos o no) centrados mínimamente en la zona pélvica, que le dejan el sabor agridulce de que poco más se puede sacar del hombre. Así que, o bien se somete a su merced empobrecida o bien se rebela alejándose de esa fanfarrona virilidad.
La mujer tántrica es consciente del poder que duerme en su interior, es consciente de que el mundo gira a su alrededor y se sabe en posesión de aquello que el hombre anhela calladamente. La mujer tántrica trabaja su empoderamiento a través de su vulnerabilidad, permitiéndose experimentar en su cuerpo las vibraciones orgásmicas que rozan su alma ante el profundo deseo de descansar ante un masculino que la acoge honrando su poder y haciéndose partícipe de él. El femenino emana incansable, sobrecogiendo su entorno; no hay dirección, pues su centro está en ella misma. Comparte su sensualidad con el mundo en un juego que se convierte en danza. La danza universal a la que se junta un Shiva poderoso, embelesado por la belleza de la energía femenina.
El trabajo de reconocer las diferentes energías que operan en nuestro interior es esencial para percibir las fuerzas que se oponen al equilibrio. En nosotros hay una constante lucha de poder entre el masculino y el femenino; en lugar de convertirse en aliados y caminar uno al lado del otro, se han desarrollado como enemigos obsesionados con la escasez recíproca. La escasez en las relaciones nos hace practicar el canibalismo emocional.
El trabajo que propone el tantra es llegar a la interrelación con nuestros opuestos. El masculino acercarse al femenino y el femenino dejar que el masculino se acerque. Así como lo de dentro es afuera, así como lo de arriba es abajo, así nuestra actitud exterior supeditará nuestra actitud interior. El trabajo de acercarnos al maravillamiento del femenino por parte del masculino obrará importantes resultados internos a la hora de encontrarse con el femenino del masculino. Asimismo, un femenino abierto a la experiencia del masculino a través de la toma de su poder energético posibilita que aquella energía masculina dormida dentro de su femenino se despierte sin complejos y ocupe su puesto como contramaestre del ser.
El trabajo de la polaridad sexual en la filosofía tántrica nos propone un ejercicio de dualidad hacia la no dualidad, es decir, descubrir nuestro opuesto para acercarnos a él y así caminar juntos, creando una tercera fuerza que une las dos y crea un cuerpo nuevo, una no dualidad.
Todos los trabajos que se proponen del masculino hacia el femenino y del femenino hacia el masculino serán recogidos y aprovechados por nuestros internos opuestos.
Los conceptos erróneos más comunes incluyen el creer que, como hombres, debemos perder nuestra masculinidad para ser más femeninos. No, ese es un error absurdo que ha fomentado una New Age obsesionada por la neutralidad. Partiendo de buenas intenciones, pretende crear a un ser humano plano, con escalas de valores en relación a emociones "buenas o malas" que van desde la furia, tildada de malísima, al buenísimo y eterno perdón y "paz interior". No puedo más que augurar buenas y largas amistades a aquellos que tratan de vivir en un verde y placentero estado de somnolencia, hacia un estado que no es ni femenino ni masculino, ni tan siquiera andrógino, sino asexual, sin polaridad, sin pasión y sin compasión; solo en un constante ensueño. El tántrico venera la polaridad sexual pues ella le une.
El movimiento tántrico, aunque pueda haber experimentado un auge dudoso, no es ni mucho menos New Age, o al menos no algo relacionado con la mayoría de las propuestas de la nueva era. Sino que, partiendo de unas enseñanzas milenarias, se consolida como un trabajo de integración del cielo y el infierno en nosotros, convivir en él y encontrar nuestro Yo en cada uno de los espacios cambiantes que experimenta la vivencia de las polaridades energéticas. Así mismo, el objetivo es crear un eje estable sobre el que dancen las energías cósmicas.
Los opuestos se atraen, de ahí la veneración del tantra por la polaridad sexual. El femenino, en la medida en que puede descubrir su auténtica feminidad y fundirse en ella, atraerá un masculino sano y deseoso de fusión, tanto a nivel interno como externo. Muchas veces la mujer (entendiendo que en la mujer puede ser predominante o basal la energía femenina, cosa que no siempre es así) asqueada de una falsa feminidad blanda, indulgente y empobrecida, renuncia a ella en pos de una masculinidad aparente. En su interior siempre experimentará la herida del abandono de lo que es, por tratar de cubrir las necesidades de su supervivencia emocional, mental e instintiva.
La sociedad altamente masculinizada, aún pese a las supuestas buenas propuestas en relación a la veneración del femenino, aporta poco o nada para que el femenino pueda vivir sano y floreciente. La sociedad altamente consumista y capitalista se levanta como sociedad patriarcal y llevada a conceptos de tener en vez de ser, tan alejados de la esencia femenina que, bien por no encajar o por precisar cumplir con las expectativas sociales, el femenino emprende un camino de abandono de su esencialidad en pos de una neutralidad competitiva, estructurada en roles que puede asumir como suyos pero que la vacían de sí misma.
El verdadero trabajo pasa por cambiar de rumbo. Integrar la feminidad en completa y total aceptación y descubrirla, honrarla y sentirla. Si bien es cierto que el femenino encuentra grandes oposiciones en la sociedad machista. Mal que nos pese, la revolución exterior en relación al maltrecho femenino, abandonado y abusado, no habrá ningún cambio real si no pasa primero por un cambio en relación al femenino de nuestro interior.
Igual que los opuestos se atraen, un femenino firmemente convencido de su identidad y dejándose sentir a sí mismo con honestidad y alegría atrae a un masculino sano y fructífero. Es decir; cierto que el femenino precisa de un masculino para equilibrarse a sí mismo, pero la idea es que para buscar el masculino que falta, no es necesario ni útil abandonar el hogar sino permanecer más firmemente en él. Nutrir el femenino hará que, dentro del femenino, empiece a germinar un poder direccional, un masculino empático y receptivo, nacido de la propia esencia femenina. No es, como siempre se ha pensado, un masculino en oposición al femenino, sino que el femenino busca el masculino dentro de su propia feminidad y el masculino busca su femenino en su propia masculinidad.
El psicotantra junta Oriente y Occidente en una práctica esotérica de integración del masculino y el femenino. El trabajo del psicotantra se centra en equilibrar los tres centros: mental, emocional y corporal, que nos lleven a una unidad y de ahí a contactar, reconocer y danzar con nuestra propia esencia.
Bienvenido a esta íntima experiencia.
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
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