La muerte es, quizás, el mayor espejo en el que nos resistimos a mirarnos. Le tememos, la evitamos, la maquillamos, pero nunca dejamos de intuir su presencia. Desde los orígenes, las culturas han tejido mitologías y rituales alrededor de ella: el descenso de Inanna al inframundo, el viaje de Orfeo en busca de Eurídice, los juicios del alma en Egipto, los ciclos eternos de Shiva en el hinduismo… Cada relato intentaba ofrecer un mapa para orientarnos frente a lo inabarcable.
La espiritualidad, en su raíz más primitiva, nació como un intento de resolver este miedo: el miedo a no entender, a no controlar, a aceptar que lo que tiene un principio, también tiene un final. Sin embargo, el Tantra propone otra mirada: no huir del final, sino habitarlo. Reconocer que estamos muriendo constantemente —en una relación que acaba, en una etapa que se cierra, en una identidad que dejamos atrás—. La muerte no es solo el gran final, sino un pulso continuo que nos recuerda que vivir es también aprender a morir.
Los tres miedos básicos
La psicología reconoce tres miedos primordiales:
El miedo a caer desde una gran altura: miedo corporal, ligado a la supervivencia.
El miedo a los ruidos fuertes: miedo emocional, reflejo del sobresalto y la vulnerabilidad.
El miedo a lo desconocido: miedo intelectual, propio de la mente que quiere explicarlo todo.
Los animales cargan con los dos primeros. Solo los humanos vivimos atrapados en el tercero: no soportamos que algo permanezca como misterio. Esa imposibilidad de aceptar lo desconocido nos conduce a una obsesión con el control. Queremos tener certezas, planificarlo todo, aferrarnos a la ilusión de seguridad. Pero la vida, igual que la muerte, nos recuerda lo contrario: somos frágiles, pequeños, parte de un orden más vasto que nunca llegaremos a abarcar.
Muerte, sexo y entrega
Esta misma dificultad la llevamos a la intimidad. La necesidad de control nos impide dejarnos inundar por un orgasmo de cuerpo completo, explorar con los sentidos más allá del morbo mentalizado. El sexo profundo, como la muerte, exige confianza en lo que no se puede controlar. Por eso los franceses lo llaman la petite mort: la pequeña muerte. Porque en ese instante dejamos de ser dueños de nosotros mismos para entregarnos al misterio.
Aceptar la muerte es aceptar el orgasmo, y aceptar el orgasmo es aceptar la muerte: ambas nos conducen a la experiencia radical de soltar, de no controlar, de vivir el misterio en carne propia.
Una invitación
En el Tantra aprendemos que cada final es también un inicio disfrazado. Que morir y renacer son dos movimientos de la misma danza. Y que abrazar la muerte no es rendirse, sino vivir con mayor intensidad lo que sí está en nuestras manos: el ahora.
De eso trata el Taller TIERRA: de mirar de frente la muerte, los finales, los cierres… para descubrir que solo al atravesarlos podemos abrirnos de verdad a la vida.
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
ÚNETE A MI LISTA DE CORREO ELECTRÓNICO
Newsletter
Suscríbete a mis actualizaciones diarias.
Creado por Gerard Castelló Duran con © systeme.io