Los martes con mi viejo profesor

Existen pocas cosas comparables a ser capaz de hacerse cargo de uno mismo. Si pudiéramos hablar con los viejos y las viejas, sí, esos que han vivido mucho, no los ancianos que quizás tienen muchos años pero que han vivido poco, sino con los viejos y las viejas, esos que tienen el culo pelado de experiencias, de arriesgarse, de fallar, de volver a intentarlo y de probar a salir de la zona de confort.


¿Qué nos diría esta gente?


Seguramente, lo más probable es que nos dieran un consejo sencillo y simple:

ACOGETE.


Suena simple y superficial, como todas las cosas que son verdaderamente importantes, esas cosas que para entenderlas hay que profundizar en la misma sabiduría de quien las dice. Es un concepto fácil de decir pero terriblemente complejo de abrazar.


Acogerse tiene que ver con “agruparse”. ¿Y qué significa eso?


Gurdjieff hablaba de que dentro de nosotros hay muchos yoes, no uno solo, sino muchas identidades, cada una con su función, tantas como necesitamos. Cada una sale al escenario a hacer su interpretación y lo primero que dice es: “Yo soy yo”, y entonces empieza el espectáculo.


No sabemos cuánto dura cada interpretación, pero detrás de una escena viene otra, y otro personaje sale a la palestra a interpretar su papel. Nos comportamos de manera distinta con nuestra madre, con el jefe, con nuestra pareja, con el frutero. Y con cada uno de esos comportamientos creemos ser el mismo yo, la misma persona, pero eso no es así.


La palabra "persona" viene del griego "máscara", y no tenemos una sola máscara para dirigirnos al mundo, sino muchas. Una tras otra dicen de sí mismas que son la auténtica, pero una tras otra van pasando, haciéndonos creer que estamos ante algo inmutable: el Yo.


Pero eso no es así. Tenemos muchas máscaras y cada una de ellas es distinta y, a veces, opuesta a las demás, tanto que podemos tener reacciones absolutamente contradictorias de un momento a otro.

¿Y qué nos dicen los viejos sabios sobre esto?


Acógelas. Acoge cada una de las máscaras como mecanismos de aceptación y supervivencia que hemos desarrollado para vivir. Pero ninguna de ellas eres tú.


Ahora bien, el Yo es el que ACOGE. Es decir, para acoger todas tus partes, debes verlas, y para verlas hay que mirarse de forma objetiva, desde un lugar inmutable, un lugar de verdadera contemplación: el Yo Observador.


Ese Yo Observador es el único que puede mirar cada uno de los personajes que encarnamos y acogerlos, aceptar que tenemos tantos mecanismos de defensa como máscaras y que cada una de ellas está provista de un porqué. A veces, esos porqués ya no tienen mucho sentido porque vienen de una infancia que ya no pertenece al presente o de escenas que no son ya nuestro pan de cada día, por lo que han dejado de ser útiles.


Pero ahí están, en el teatro de la vida. Y ahí estarán, te guste o no.


Tú puedes gestionar esos yoes, acogerlos a cada uno en lo que puede aportar, abrazarlos y darles un lugar. Quizás ubicarlos detrás del escenario, quizás tomar a otros escondidos para que salgan a la luz y tengan sus momentos de gloria. Sea como sea, debes acoger todas tus partes, agruparlas y hacer que la obra que se represente sea lo más genuina posible, llena de ti, de tu frescura y de tu vida.


No, no puedes borrar algunos personajes. No, no puedes olvidarlos. Debes hacerte cargo de todos ellos, darles un lugar y validarlos. Quizás ya no sean útiles, pero no importa; en su momento, te salvaron de algo. Cada uno de los yoes tenía la intención de hacer lo posible por tu supervivencia.


Ahora, quizás seas más sabio, más consciente, más libre. Pero la libertad no viene de rechazar lo que fuiste, sino de abrazarlo con compasión y desde la mirada de quien ya no se identifica con una sola máscara, sino con el que observa y acoge.


Así que, acógete. No hay otro camino hacia la totalidad.

HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...

Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...

ÚNETE A MI LISTA DE CORREO ELECTRÓNICO

Newsletter

Suscríbete a mis actualizaciones diarias.