En Tantra, la muerte no es un final trágico, sino una certeza inevitable y sagrada. La única certeza que tenemos en la vida es que todo, absolutamente todo, tiene un final. Y, sin embargo, pasamos gran parte de nuestra existencia huyendo de esa verdad.
No solo tememos a la muerte física, sino a todas las muertes simbólicas que nos recuerdan que algo se termina: el final de una relación, el cierre de un proyecto, la despedida de una etapa. Nos cuesta terminar lo que empezamos. Somos grandes emprendedores, pero pésimos “terminadores”.
Vivimos rodeados de ciclos abiertos. Proyectos a medias, conversaciones pendientes, relaciones que ya no nos nutren, pero que seguimos manteniendo por miedo a la soledad. Objetos que acumulamos porque el consumismo nos ha enseñado que tener es vivir. Y así, acabamos viviendo rodeados de cosas —y personas— que no nos aportan nada, pero que nos roban energía.
Este miedo a que algo acabe nos lleva a mantener lo inútil, lo que ya no tiene vida. Y ese mantenimiento constante es agotador: consume tiempo, espacio mental y energía vital. Nos deja sin fuerzas para lo verdaderamente importante.
En Tantra se habla de la necesidad de crear espacio para que lo nuevo pueda llegar. Y ese espacio solo aparece cuando algo muere. Si no dejamos ir lo que ya cumplió su función, lo nuevo no puede florecer.
Pero vivimos enganchados a la dopamina rápida: la urgencia, la estimulación constante, el consumo, el “tener” antes que el “ser”. Estamos pendientes de lo urgente y olvidamos lo importante. La muerte nos recuerda que todo lo que existe está destinado a transformarse, y que cerrar ciclos es un acto de amor hacia nosotros mismos.
Cerrar es honrar. Es decir: “esto fue, me nutrió o me enseñó, y ahora lo dejo ir para que algo mejor pueda nacer”. Y es aquí donde la muerte se convierte en aliada, no en enemiga. Cuando abrazamos el hecho de que todo muere, dejamos de acumular, de aferrarnos y de vivir en la ansiedad de mantener lo que ya está roto.
La vida es un constante morir y renacer. Lo importante no es evitar las muertes, sino aprender a morir mejor, para que cada nacimiento sea más pleno. Y eso exige coraje: coraje para soltar, para enfrentar el silencio, para vivir con menos y con lo necesario.
En el fondo, lo que más miedo nos da no es la muerte… sino el vacío que deja. El Tantra nos enseña que ese vacío no es carencia, sino espacio fértil. Un lugar donde lo nuevo puede crecer.
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
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