Vivimos en una época en la que se habla mucho de lo masculino y lo femenino. Se nos invita constantemente a “equilibrar” nuestras energías, a “trabajar la polaridad” y a “unir lo masculino y lo femenino dentro de nosotros”. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a mirar un paso antes:
👉 ¿Qué relación tengo con mi energía predominante?
Dos caras de la misma moneda
Dentro de cada ser humano habitan las dos fuerzas: la masculina y la femenina. La acción y la receptividad, la dirección y el abrazo, el sol y la luna. Gurdjieff hablaba de la ley del dos, la confrontación natural entre opuestos, y de la ley del tres, cuando esos opuestos dejan de pelear y empiezan a danzar.
Pero mientras no nos reconciliemos con la energía que más vibra en nosotros, esa danza es imposible. La lucha comienza dentro: mitad hijos de dios y mitad hijos de puta, como quien dice. Amamos y odiamos nuestras fuerzas, queremos ser una cosa pero nos avergüenza serlo. Y entonces proyectamos la pelea hacia fuera.
Ejemplos cotidianos de esta lucha
Un hombre con energía masculina predominante: siente fuerza, iniciativa, empuje… pero a veces la rechaza porque le han dicho que ser “demasiado masculino” es machista o invasivo. Empieza a suavizarse artificialmente, a desconectarse de su potencia, y así su energía se convierte en sombra. Luego, al relacionarse con lo femenino, no conecta desde su raíz, sino desde la confusión.
Una mujer con energía femenina predominante: siente la necesidad de cuidar, abrazar, sostener, pero ha aprendido que eso es debilidad. Trata de ser dura, de competir, de “ponerse la armadura”. El resultado es que se desconecta de su ternura y luego, en la pareja o en la vida, siente que lo masculino es un enemigo.
Alguien con energía femenina predominante en un cuerpo de hombre: quizás toda la vida le dijeron que debía ser “fuerte” y “duro”, pero su sensibilidad le hace sentirse fuera de lugar. Al no reconciliarse con esa energía, vive en lucha constante, creyendo que hay algo mal en él.
El primer paso: reconciliarse
No se trata de intentar compensar lo que no somos. Antes de abrirnos a la polaridad contraria, necesitamos reconciliarnos con nuestra esencia predominante.
Si tu raíz es femenina: abraza tu sensibilidad, tu capacidad de sentir, tu agua, tu entrega.
Si tu raíz es masculina: abraza tu fuego, tu claridad, tu capacidad de sostener y dirigir.
No hay nada malo en ser quien eres. Lo malo es negar lo que ya eres por miedo, vergüenza o juicios externos.
De la confrontación a la danza
Cuando nos reconciliamos con nuestra esencia, dejamos de pelearnos con nuestra polaridad. Entonces aparece la magia de la ley del tres: ya no es lucha entre opuestos, sino danza entre complementarios.
Porque en el fondo, lo masculino y lo femenino no están separados. Son dos notas de la misma melodía. Dos caras de la misma moneda. Cuando mejor estés en tu esencia, mejor podrás abrazar tu polaridad, en ti y en los demás.
El Tantra como camino de reconciliación
El Tantra nos recuerda que no se trata de elegir entre masculino o femenino, sino de honrar las dos fuerzas en nosotros. Nos enseña a entrar en el cuerpo, a respirar, a soltar la lucha y a permitir que la energía fluya sin represión ni exceso.
En la práctica tántrica, la reconciliación se vuelve experiencia:
La respiración abre espacio a lo masculino y lo femenino.
El cuerpo se convierte en templo donde ambas energías se encuentran.
La intimidad deja de ser guerra de roles y se convierte en danza viva.
El Tantra no es teoría: es sentirlo en tu piel, es reconocerte entero, es abrazar tu esencia para poder mirar a la polaridad sin miedo.
✨ Si quieres explorar esta reconciliación en ti, te invito a practicar Tantra conmigo. Un espacio donde podrás experimentar cómo, al abrazar lo que eres, se abre la posibilidad de la danza con tu polaridad… dentro y fuera.
HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
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