A veces sentimos que tenemos poco que ofrecer a otra persona; a veces, mucho. A veces pensamos que el otro tiene infinitas cosas que darnos y, otras veces, casi nada. Sea como sea, el otro siempre es una ecuación importante en nuestra vida. Deseamos el vínculo, pero también deseamos ser nosotros mismos.
A veces el vínculo nos pierde… y a veces nos recuerda. El otro se convierte en ese espejo inevitable donde vemos nuestras dinámicas, nuestras luces y nuestras heridas. Y, de vez en cuando, gracias al otro hacemos un trabajo personal precioso: porque nos da alas… o porque nos las corta.
El vínculo es siempre una cuenta pendiente porque, para que exista, tiene que haber visión. El otro existe, así como nosotros existimos, y muchas veces solo en el vínculo podemos vernos de verdad. Solo con la mirada que el otro nos devuelve podemos encontrar esas partes nuestras que quizá somos incapaces de detectar solos.
Es muy difícil verse utilizando únicamente nuestras propias capacidades. Es muy fácil autoengañarnos. Por eso conocerse implica relacionarse, entrar en los vínculos y observar qué mirada nos devuelven.
Pero eso no siempre es placentero. No tiene por qué ser agradable. A nadie le gusta ser visto… y sin embargo todos deseamos, en el fondo, que nos vean por dentro.
A lo largo de la vida elaboramos actitudes y máscaras que no solo esconden nuestras particularidades hacia afuera, sino también hacia nosotros mismos. Solo con el trato continuado, con el vínculo constante e íntimo, las máscaras se aflojan… y nos dejamos ver en nuestras manifestaciones más auténticas.
Ese es nuestro gran anhelo y a la vez nuestro mayor miedo: queremos ser vistos, pero tememos serlo. Porque nosotros mismos ocultamos nuestras intenciones y acciones bajo elaborados planteamientos intelectuales, emocionales o instintivos que sesgan la espontaneidad.
Ante las heridas infantiles —rechazo, abandono, humillación, traición, injusticia— terminamos convirtiéndonos en carceleros de nuestro propio impulso de vincularnos. Nos escondemos para protegernos… y al hacerlo nos privamos de la intimidad profunda con el otro.
Necesitamos aprender a conocernos a través de los vínculos que generamos, aceptar las miradas que recibimos como procesos de exploración que pueden ayudarnos a ver la realidad que solemos ocultar.
El otro es un interruptor sin el cual no podemos encender la luz. Como mamíferos, nos regulamos a través del otro, igual que un bebé se organiza y se nutre a través de la madre.
¿Hay alternativas?
Sí. Herramientas como el eneagrama, la terapia, el tantra o las constelaciones y otros métodos funcionan a modo de “otro”: son espejos externos que devuelven una mirada sin las connotaciones emocionales que pueden enturbiar la relación interpersonal. En un vínculo real somos al menos dos, y ambos mostramos nuestras máscaras para proteger nuestra vulnerabilidad. Las heridas que recibimos en la infancia son, a menudo, las que acabamos replicando: el traicionado traiciona, el rechazado rechaza. ¿Por qué? Porque cuando detectamos en el otro una mínima posibilidad de tocar nuestra herida, aplicamos el mismo antídoto que usamos de niños. Por ejemplo: cuando tememos ser abandonados, al notar distancia abandonamos nosotros primero para no volver a sentir ese dolor.
Por eso el vínculo es bello y complejo: siempre es un trabajo mutuo.
Sin embargo, muchas veces no es suficiente. Necesitamos una mirada neutra, capaz de devolver lo que ve desde un lugar no subjetivo, y eso es prácticamente imposible cuando hay historia, necesidad o deseo de por medio.
De ahí que utilizar herramientas alternativas sea una opción tan valiosa: no solo para sanar nuestros vínculos, sino para aprender a vernos a nosotros mismos con una mirada más neutra, objetiva y consciente.

HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...
Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...
ÚNETE A MIS REFLEXIONES SEMANALES.

Newsletter
Suscríbete a mis reflexiones semanales
Creado por Gerard Castelló Duran con © systeme.io