Éter y propiocepción: el arte de escucharte desde dentro

Vivimos en un mundo saturado de estímulos. La vista, el oído, el tacto… todos ellos nos conectan con el exterior, pero también pueden alejarnos de algo mucho más esencial: la capacidad de sentirnos por dentro. A esto se le llama propiocepción, el sentido que nos permite percibir nuestro cuerpo internamente.
Es el sentido del equilibrio interno, el que nos dice dónde estamos en el espacio, pero también el que nos permite sentir el placer profundo de habitar nuestro propio cuerpo: el goce.

En los últimos años, la neurociencia ha demostrado que la propiocepción no solo es vital para el movimiento y la coordinación, sino que es clave para la salud emocional, la capacidad de regular el estrés y el desarrollo de la intuición. Escucharnos empieza aquí: en el cuerpo. Al final, la identidad no es solo un concepto mental, sino una experiencia física. Sentirse es saberse.

Silenciar para sentir

Para que la propiocepción se manifieste con claridad, a veces necesitamos privarnos temporalmente de otros sentidos. En una meditación profunda, cuando el mundo exterior se calma, aparece esa sensación de que solo estás tú… y tu cuerpo. Es un instante de encuentro donde dejas de buscar respuestas fuera y comienzas a escucharte dentro.

En momentos de estrés o ansiedad, esta capacidad se convierte en refugio. Cuando todo afuera parece inestable, volver al cuerpo es como entrar en casa. Sentir la respiración, percibir el latido, reconocer la temperatura y la tensión muscular… son anclas que nos devuelven al presente y nos devuelven la paz.

El cuerpo como maestro

La verdadera espiritualidad empieza aquí. No en las teorías, no en las creencias, sino en la experiencia directa del cuerpo. El cuerpo es claro, es honesto y no sabe mentir. Antes que escuchar los pensamientos o las emociones, que a veces están distorsionados, escuchar las sensaciones corporales es un camino seguro hacia la verdad interior.

Lo mismo sucede con la sexualidad. Una sexualidad sana y profunda comienza escuchando la propiocepción, haciéndonos amigos del cuerpo. Muchos problemas sexuales no son “fallos” reales, sino la consecuencia de no escucharnos. El tantra, por ejemplo, trabaja justo en este lugar: abre el espacio a la sensación interna, nos invita a sentirnos por dentro, a aliarnos con nuestro cuerpo y su lenguaje sutil.

El sexto sentido: la intuición

Cuando habitamos nuestro cuerpo, conectamos también con lo que podríamos llamar el sexto sentido: la intuición. Esta no es algo mágico o irracional, sino el resultado de toda la información que el cuerpo procesa a nivel inconsciente a partir de las señales sensoriales. Nuestro cerebro inconsciente maneja un porcentaje mucho mayor de datos que el consciente, y gran parte de nuestras decisiones reales se toman ahí.

Acceder a esta sabiduría requiere aprender a interpretar las señales internas de placer y dolor. A veces seguimos haciendo cosas que nos dañan porque creemos que “es lo correcto”, pero el cuerpo ya nos está avisando de que no lo es. Escucharlo nos ayuda a tomar decisiones más acertadas y alineadas con nuestra verdad.

El cuerpo tiene razón

El cuerpo es sutil, pero increíblemente preciso. Aprender a sentirlo, confiar en él y aliarnos con sus mensajes es la clave para una vida plena. Éter, entendido como ese espacio interno donde habitamos y nos escuchamos, no es algo místico o lejano: es una práctica real y cotidiana.
Cuando volvemos al cuerpo, encontramos refugio, claridad, placer… y la certeza de que la vida empieza aquí, dentro.

HOLA!, Soy el idiota que escribe esto...

Y quizás sea interesante o tal vez no, no lo sé; Ser o no ser... ese es el verdadero dilema. Este es un espacio para soltarme, un lugar donde dejo fluir mis ideas más disparatadas, donde me entrego a la procrastinación del cuerpo y al impulso mental de vomitar públicamente, para exorcizarme y, quién sabe, quizá también para exorcizar a otros. Ser humano es más complejo de lo que parece, porque hay que saber cuándo soltarse y cuándo atarse. ¿Cuándo cada cosa? Ahí radica la verdadera cuestión. A ojo de buen cubero, diría que ese es el dilema: cuándo ser mitad hijo de Dios y cuándo mitad hijo de puta...

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